El afinador Boecio dijo una vez: “Los animales que proceden del Mar Primigenio tendrán todos el mismo destino, pero el espíritu de superación de los humanos tiene infinitas posibilidades, por lo que ni dicho mar podrá engullirlos”.
En el pasado, el arrogante tirano intentó utilizar el icor, el cual era insoluble en agua pura, para reunir la sabiduría y los recuerdos con los que ordenar a sus súbditos a que renunciaran a su cuerpo físico y obtuvieran una vida eterna independiente.
Sin embargo, ningún ser vivo normal era capaz de soportar el dolor de esa transformación corpórea, así que, por culpa del decreto del tirano, las almas de esas personas se hicieron añicos.
Así pues, el icor se manchó de negro por los gritos y los llantos de un sinfín de almas, con lo que perdió toda la armonía y sabiduría que contenía y se transformó en un objeto de caos y locura.