En la época en la que gobernaba el necio rey del desierto, su poder se extendía por la tierra como los rayos del dorado sol abrasador.
Según las inscripciones de algunas antiguas estelas, su poder se transformó en siete rayos de luz o en siete pilares, y su misericordia llegó por igual a todas las personas. Nadie quedó excluido de ella y todo el mundo quedó satisfecho.Pero aquello ocurrió en una era de oro ya olvidada, en la que la Reina de las Flores ya se había marchitado y la Maestra de las Plantas ya había decidido marcharse. Aun así, los descendientes del desierto decidieron seguir a sus deidades y, aunque el desastre se avecinaba, el poder en el que tanto confiaban emitía un inextinguible resplandor tan refulgente como el ámbar y como el oro.Entonces, el desastre se cernió sobre el mundo y las doradas insignias de escarabajo quedaron enterradas en las profundidades de los templos y los palacios y bajo los pilares rotos que, en el pasado, tenían forma de buitres y bueyes.
