Los manantiales del jade escondido es un libro de dos volúmenes que se compra en la Casa de Libros Wanwen.
Historia[]
Los manantiales del jade escondido (I)[]
Cuando el primer rocío de la mañana mojó la hoja de loto y el croar de las ranas volvió a llenar el espacio, el joven despertó.
El sol de la mañana proyectaba haces de luz a través del bambú, evaporando gentilmente el rocío de la noche anterior que se había acumulado sobre las prendas de lino, mientras mechones de su delicada melena blanca como la perla caían sobre los hombros del joven.
Al cabo de un rato, cuando la luz del día iluminó su rostro, el joven se incorporó con desgana y entreabrió los ojos. Entonces, se dio cuenta de que lo que lo había despertado eran esos ojos de color oro ámbar.
“Levanta ya, perezoso”.
La esbelta mujer de mirada dorada se giró ligeramente hacia un lado, con su larga melena de platino cayéndole sobre los hombros. Había pronunciado las palabras con un toque de enojo, pero, en realidad, una sonrisa se ocultaba en sus ojos.
Al principio, el joven llegó a este hermoso valle para entrenarse, pero una noche se encontró casualmente con una Adeptus que también pasaba por el bosque.
Llevaba un vestido largo y blanco de gasa, con una reluciente capa de paja, y sus pupilas doradas eran muy hermosas, gentiles pero indiferentes. Su voz sonaba elegante y tranquila, como un bello jade que cae sobre un claro manantial.
Las historias que cuenta son de épocas tan antiguas, pero a la vez tan fascinantes, que absorbe a cualquiera que las escuche, hasta el punto de que uno se olvida de la salida y puesta de la luna, del ciclo de las estrellas, del primer croar de las ranas y del estridular de las cigarras por la mañana.
Después, lo llevó a recorrer las cuevas donde los Adeptus vivían aislados y contemplaron una partida de ajedrez inacabada; le llevó a zambullirse al fondo del río cristalino y a visitar los palacios de dioses muertos... También lo llevó a escalar los escarpados acantilados y contemplar las frías y silenciosas ruinas de las ciudades que habían dejado las tribus en las montañas...
Más tarde, cuando las plateadas mariposas nocturnas adquirieron el brillo de la luna, exploraron los sueños de los peces que jugaban bajo los manantiales ocultos, y bailaron juntos como habían bailado los chamanes ancestrales adorando a la serpiente hasta que las cigarras se callaron, y entonces durmieron acompañados de los susurros de los demonios y fantasmas de las montañas.
Rememorando todo esto, el joven suspiró mientras contemplaba la espalda de la mujer.
“¿Qué ocurre? ¿Por qué te has quedado embobado de repente?”.
Al sentir la curiosidad de su compañera, el joven, que llevaba un rato mirándola en silencio, reveló entonces sus dudas.
“Los mortales viven y mueren, solo son pasajeros en este mundo. Por eso, se quedan siempre con la felicidad o la tristeza de un momento, como atándose a un punto determinado del pasado buscando siempre sus ecos...”.
“Pero me pregunto qué opinas tú, como Adeptus, de una noche tan hermosa”.
“¡En cuán alta estima te tienes! Me temo que te olvidaré al cabo de poco tiempo... Los Adeptus somos así de crueles”.
Luego, le dedicó una sonrisa pícara mientras entrecerraba los ojos hasta que parecieron cuartos crecientes.
“Bueno, ya que quieres hablar de eso, te lo contaré”.
Los manantiales del jade escondido (II)[]
Con una vida tan larga, está claro que el concepto del tiempo de los Adeptus es distinto del de los mortales.
Los mortales miran obstinadamente hacia delante, un horizonte estrecho y limitado, pero a sus ojos, el tiempo es como una inmensa pintura.
Para los mortales, el tiempo es un río de sangre que fluye constantemente, y el torrente rojo, por mucho que se precipite por sus cauces fijos y sus afluentes divergentes, acabará desembocando en un horizonte tan rojo que parece negro, donde espera la muerte lejana y silenciosa.
Pero, para ella, el tiempo es un desierto sin principio ni fin, cubierto de telarañas que se extienden hacia la incognoscible lejanía. A sus ojos, todas las cosas caminan o corren. Las montañas, que a los mortales se les antojan como algo fijo, pasan como nubes a sus ojos, o el mercurio, algo tan duradero para los mortales, se va desgastando con el tiempo ante sus ojos de dorado ámbar. Por tanto, no cabe mencionar los placeres y las preocupaciones fugaces.
En el interminable viaje de la vida, los mortales tienden a añorar sus tierras natales, por eso a veces se sienten perdidos en el largo recorrido y se imaginan que las escenas que una vez perdieron volverán a aparecer en algún momento del futuro. Incluso cuando, empujados por el tiempo, se ven obligados a tomar decisiones devastadoras, miran al pasado confundidos, como si el lustre desvaído de aquel entonces pudiera regresar en cierto momento.
Pero el caso de ella es diferente, pues siempre está corriendo junto con todo lo que se mueve, siempre lleva la melena de platino al viento mientras hace añicos las olas y dispersa los sedimentos, preocupándose solo por correr de este momento hasta el futuro.
Los habitantes de las montañas la consideraban la hija del tiempo, como un caballo blanco que salta de un claro manantial, sin grilletes que la retuvieran, o como su orgullosa madre, que no se dejaba obstaculizar por ninguna barrera.
Los pastores de las llanuras habían perseguido sus pasos y abandonaron los desiertos para emprender el camino migratorio en busca de agua y pasto... Y así el potro de oro blanco se convirtió en guía de todos los rebaños.
Los reinos del Abismo Marino la tomaron como una mensajera. En su imaginación, le concedieron escamas y cola, venerando la luz que traía consigo aquella que era a la vez madre e hija.
En la era en la que los mortales recibían la bendición de los altos cielos, los grandes héroes y campeones trotamundos también recorrieron los manantiales en busca de su generosidad, y lucharon entre sí por la ternura que ella había dejado atrás con tanta prisa.
Pero después de que el Palacio de la Luna se derrumbara, el carro alto cayera y las tres hermanas murieran, estas leyendas se fueron perdiendo con la llegada de la calamidad y la desaparición del pueblo de antaño. Entonces, una fría orden descendió de los altos cielos y, a partir de entonces, las estrellas y la tierra dejaron de moverse.
Y ella no pudo hacer más que estar confinada bajo las estrellas, permanecer en esta estancada tierra extranjera era su única opción, con la esperanza de que algún día llegara su madre, de que la piedra obstinada se desgastase, y de que se produjera el próximo encuentro procedente del más allá...
“Ya respondí a tu pregunta, y en cuanto a la historia que sigue, te conté gran parte de ella anoche”.
La mujer se había puesto la camisa blanca en algún momento, estaba de espaldas a la luz del día, y sus ojos dorados brillaban en las sombras.
“Bueno... Solo sé que eres una Adeptus, y desconozco de dónde viniste o cómo te llamas”.
Una vez más, al igual que había hecho anteriormente al encontrarse con otro niño desconocido en el bosque de bambú, se limitó a sonreír y no dijo nada más.
Entonces, el joven suspiró e hizo una reverencia como despedida.
Años después, el joven, que ya había envejecido, recordó este momento, pero aún no lograba entender la última historia que ella le había contado, a pesar de que ya dominaba las técnicas de la espada y se había establecido como el maestro de su propia escuela. Y ella, por su lado, aún corría sobre los hilos del destino, probablemente ocultando sus huellas en bosques y bajo claros manantiales, lejos de las miradas de los Arcontes, conservando historias antiguas que incluso empezaban a escapársele a ella misma.
Historial de cambios[]
- Versión 5.2
- Los manantiales del jade escondido se añadió al juego.