La Sota, la cuarta de Los Once. La sangre de luna aciaga corre por sus venas, dotándola de todo cuanto poseía la dinastía: ambición, poder... y maldiciones. A pesar de ser joven todavía, ya ha experimentado incontables desgracias y ha bebido de la copa del sufrimiento, al igual que hicieron sus ancestros cuando probaron el veneno del ascenso del sol oscuro.
No obstante, ya fuera el veneno del sufrimiento o el del destino, para ella, ninguno fue letal. En lugar de eso, ella prefirió contemplarlos como troncos de leña que arden en la chimenea y proporcionan calor a sus niños.
Tarde o temprano, llegaría el día en el que el fuego arrasaría con el pasado de sus niños y darían la bienvenida al futuro con el que ella había soñado durante tanto tiempo. Pero hasta que eso ocurra, antes de que llegue el momento del amanecer, aquella que se hacía llamar Peruere deberá permanecer en guardia y custodiar sus dulces y frágiles sueños.
“Si el destino forjase un camino blanco para nosotros, entonces lo teñiríamos de un color rojo sangre como la luna aciaga. Incluso la más mínima chispa es capaz de hacer arder el sufrimiento antes del amanecer”.